CLÍNICA Y PSICOANÁLISIS: UNA INTERROGACIÓN EN TORNO A LA POLÍTICA SEMIÓTICA DEL ANALISTA (FRAGMENTO DE T.I.F.)
Comparto algunos fragmentos de lo que ha sido mi Trabajo Integrador Final, para el cual he realizado una investigación bibliográfica sobre la política semiótica de la clínica médica y sus incongruencias con la política semiótica del analista. Dado que el objetivo del mismo, consiste en cuestionar y fundamentar los problemas suscitados por el sintagma "Clínica Psicoanalítica".
En los fragmentos seleccionados, se aborda la política semiótica de la clínica médica tal como lo postula Michel Foucault en su texto titulado "El nacimiento de la clínica"; como así también, los aportes y advertencias de Guy Le Gaufey a los psicoanalistas al confundir el modo de proceder del clínico con el del analista. Por su parte, Le Gaufey afirma y fundamenta que el analista no es un clínico. De este modo, el sintagma "clínica psicoanalítica" termina constituyendo una suerte de oxímoron. A su vez, éste autor indica la ambigüedad de algunos conceptos freudianos, los cuales son pasibles de ser tratados como signos "clínicos". Al respecto, se muestran los posibles peligros que conlleva dicha confusión. Por último, se retoma la propuesta de Lacan a la hora de formalizar y entender el "descubrimiento" (invención) freudiano, es decir, lo inconciente, a partir de la noción de significante y de sujeto . No obstante, se fundamenta la diferencia de modelo (paradigma) entre Lacan y Freud.
I. LA CLÍNICA MÉDICA
El surgimiento de la clínica moderna
La clínica moderna, tal como hoy la conocemos, nace a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX. Al respecto, Foucault (2014) señala que ella surge como correlato de una serie de mutaciones del saber médico. En efecto, indica que con los avances de la anatomía patológica –impulsada por las investigaciones histológicas de Bichat- se erigió una nueva concepción del cuerpo. En consecuencia, dicha concepción marcó un antes y después en el campo de la medicina. Puesto que, por una parte:
Brindaba la posibilidad de poner de manifiesto, en una lesión localizada dentro del organismo e identificable en el cuerpo, la realidad misma de la enfermedad. Por otra parte, esa misma anatomía patológica daba la oportunidad de constituir, a partir de las diferentes lesiones que individualizaban las dolencias, haces de signos sobre cuya base se podía establecer el diagnóstico diferencial de las enfermedades (Foucault, M. (2005) p. 303)
En consecuencia, surgió la necesidad de un nuevo modelo nosográfico, dado que el utilizado por la medicina clásica, resultaba incompatible con los avances de la anatomía patológica. Por lo tanto, se reemplazó el anterior modelo basado en la botánica, en virtud de uno fundado en la química: “la mirada de los nosógrafos, hasta fines del siglo XVIII, era una mirada de jardinero (…) al comenzar el siglo XIX, se impone otro modelo: el de la operación química”. (Foucault, M. (2014). P. 172).
Por otra parte, Foucault (2014) sitúa que “para que la experiencia clínica fuera posible como forma de conocimiento, ha sido menester toda una reorganización del campo hospitalario” (p. 275). En efecto, surgió un espacio inédito, cuya principal función consistió en transmitir y formar a los alumnos por medio del lenguaje, a saber: el hospital escuela.
Fruto de estas revoluciones epistemológicas, el discurso médico cobró una nueva forma, la cual es ilustrada por Foucault (2014) de la siguiente manera:
¿Qué tiene usted? Por la cual se iniciaba en el siglo XVIII el dialogo del médico y del enfermo, con su gramática y su estilo propio, por otra en la cual reconocemos el juego de la clínica y el principio de todo su discurso, a saber ¿Dónde le duele a usted? (Foucault, M. (2014) p. 20, el subrayado de las letras en itálica es mío.)
De este modo, comprendemos la profundidad de los cambios acontecidos, como así también, la base epistemológica que fundamenta al método clínico, vale decir: las premisas anatomo-patológicas. A su vez, ellas hunden sus raíces en una racionalidad causalista, puesto que toda enfermedad tiene como causa una lesión de los tejidos.
La política semiótica de la clínica médica
Según Le Gaufey (2004) la clínica moderna se apoya firmemente en una política semiótica en profundo acuerdo con la concepción clásica del signo. Al respecto, indica que dicha concepción deriva de los postulados establecidos por Arnauld y Nicole en su libro “Lógica de Port-Royal”.
De acuerdo con esta concepción, el funcionamiento de los signos es explicado a partir de tres lugares que cumplen funciones diferentes, pero que a su vez resultan co-relativas: el signo; el referente (el objeto, el significado, aquello que el signo representa); y el alguien (una consciencia o ego que interpreta). De este modo, el proceso de semiosis pasa a ser definido de la siguiente manera: un signo representa algo para alguien. Para explicar mejor dicho proceso, utilizaré un ejemplo que ilustre la puesta en funcionamiento de los elementos indicados: un ramo de rosas (signo) representa algo (amor, perdón, luto) para alguien (novia, etc.). Según Le Gaufey (2004), el dispositivo clínico funciona de acuerdo con esta semiótica, tal como se observa en este ejemplo: un grupo de síntomas (fiebre, dolor, tos, etc.) constituyen un signo al cual el clínico (el alguien) le supone una causa (referente). Por lo cual, se deduce que el clínico cumple la función del “alguien” para quien dichos signos representan la efectividad de una causa especifica.
Ahora bien, debemos completar dichos postulados diciendo que la realidad del cuerpo de la anatomía patológica constituye el lugar de la causa y/o referente para la clínica médica. Al respecto, Le Gaufey (2004) indica que dicho lugar del referente, representa el lugar de la “verdad”, la cual “está directamente conectada con la realidad, cualquiera que sea, interna o externa, psíquica o física, actual o virtual; pero la realidad en el sentido en que estos signos clínicos son, efectivamente expresión de ella” (p. 257).
En resumen, la labor del clínico consiste en producir desde ese lugar del “alguien” un vínculo estable entre un “signo” (síntomas visibles: fiebre, tos, etc.) y un “referente” (causa invisible: virus). Por ende, al eliminarse la causa los síntomas también desaparecen. La transmisión clínica A propósito de la transmisión clínica, Le Gaufey (2002) señala que la misma se produce por medio del montaje de una “escena”. Al respecto, indica que dicha escena se estructura en base a tres lugares, a saber: el signo; el clínico; y el alumno/público. Según el autor, el drama clínico se inicia a partir de la introducción de un signo enigmático, vale decir, puesto que por sí mismo no revela su sentido. En base a esto, se posicionan los personajes restantes: por un lado el clínico, es quien encarna la sabiduría y la experiencia, pero a su vez, también la “certeza” de que detrás de aquel signo se esconde un referente. Y por otro lado el alumno/público, quien la más de las veces ni siquiera advierte el signo. Sin embargo, ésta última función resulta muy importante para la transmisión, debido a que, el alumno, opera como testigo del proceso semiótico que va del signo hasta su referente. De este modo, una vez concretada la labor interpretativa, la diferencia entre el clínico y el alumno se disuelve.
II. AMBIGÜEDADES DEL DISPOSITIVO FREUDIANO
La realidad de los signos freudianos
Según hemos visto, la clínica médica hunde sus raíces en la realidad del cuerpo de la anatomía patológica. Ahora bien, si dirigimos nuestra atención sobre la teoría freudiana, rápidamente salta a la vista una notable diferencia en cuanto a este punto. Vale decir, dicha teoría descansa sobre una clase de realidad distinta, a saber: la realidad psíquica. No obstante, cabe preguntarse si esta clase de realidad resulta compatible con la política semiótica de la clínica. Al respecto, Le Gaufey (2004) señala que en la teoría freudiana hay material suficiente para la elaboración de una clínica. Dado que la mayoría de sus conceptos, resultan compatibles con la concepción clásica del signo. La razón de ello, se encuentra en la estrategia freudiana, la cual consiste en “dividir cualquier signo en un componente manifiesto y en uno latente, [lo cual] siempre le permite interpretar en el sentido clásico, esto es, de una manera que puede, muy fácilmente, ser considerada como clínica” (Le Gaufey, G. (2004) p. 259). De este modo, un grupo de nociones, tales como: trauma psíquico, huella mnémica, representaciones inconcientes, fantasía, ideas latentes, pulsión de muerte, etcétera; resultan compatibles con la semiótica clínica. Puesto que las mismas, cumplen la función del referente, el cual –según hemos visto- constituye el lugar de la causa y realidad misma de los signos. Por ende, siguiendo esta política, cualquier comportamiento o síntoma, puede ser interpretado al modo clínico, vale decir, enlazándose un signo con un referente. Esto último, es ilustrado por Le Gaufey de la siguiente manera: “¿Cuál es la diferencia cuando decimos que la fobia procede de la angustia de castración? ¿O que la histeria procede de un deseo insatisfecho?” (Le Gaufey, G. (2002) Una clínica sin mucho de realidad). Sin embargo, dicha postura conduce al psicoanálisis a una suerte de terapéutica. Dado que de esta forma, “un buen psicoanalista clínico sería alguien que podría saber la mayor cantidad de contenidos latentes preformados. O, por lo menos, alguien que podría, rápida y eficazmente, rastrear cualquier contenido latente” (Le Gaufey, G. (2004) p. 259). No obstante, la eficacia de la interpretación analítica, no descansa sobre una mera colección de contenidos latentes más o menos estereotipados.
Por otra parte, Le Gaufey (2002) afirma que los signos freudianos son de una naturaleza distinta a los producidos por la clínica médica. En efecto, señala que los signos clínicos constituyen signos “conmemorativos”; vale decir, signos cuyo vínculo con la cosa significada, se presenta de forma evidente, repetible y observable para un tercero/observador. Tal como es el caso de los experimentos científicos. Mientras que, por el contrario, los signos freudianos representan signos “indicativos”, dado que su vínculo con la cosa significada, no resulta del todo clara, repetible ni observable. Por tal razón, podemos encontrar una suerte de parentesco –desde un punto de vista semiótico- entre los signos metapsicológicos freudianos y los signos metafísicos y/o religiosos. Puesto que todos ellos, responden a la categoría de signos de “indicación”. Tal vez con una comparación, podamos ilustrar mejor esto último. Vale decir, ¿qué diferencia hay entre la máxima freudiana que dice que “los sueños constituyen la vía regia de acceso al inconciente” y esta otra, que indica que “los movimientos del cuerpo son la expresión del alma”?, en efecto, más allá de las diferencias teóricas, desde un punto de vista semiótico, ambas formulaciones constituyen signos de “indicación”. En tanto que indican una realidad que no es del todo observable o evidente. Hágase la prueba e intente responder si alguna vez ha visto un súper-yo o un ello. Lo mismo es válido para la pregunta acerca de la existencia de Dios y sus formas de manifestación. Sin embargo, lo mismo ocurre con conceptos provenientes del campo de la física teórica. En efecto, la física clásica de Newton tiene como base una fuerza de atracción denominada “gravitación”, cuya realidad descansa sobre la lógica del signo indicativo; esto último es válido también para las premisas de la física moderna de Einstein, es decir, en conceptos como la red de “espacio-tiempo”; O en el caso de la mecánica cuántica con las nociones de “átomo”, “partículas sub-atómicas”, etc. No obstante, más adelante será tratado con mayor profundidad el tema de la lógica semiótica de las teorías. En cuanto al psicoanálisis freudiano, Le Gaufey afirma que “la clínica freudiana se instaló, en gran parte, en el terreno de este signo de “indicación, ya que la realidad a la cual remitía la mayoría de los signos que a Freud le interesaba, nunca la había visto nadie” (Le Gaufey, G. (2002) Una clínica sin mucho de realidad). En consecuencia, deduce que, para que el signo analítico pueda ser visto, es necesario “aquél que va a establecerlo: el analista, el narrador, el paciente, poco importa su título (…) en adelante, para enseñarlo, habrá que construirlo” (Le Gaufey, G. (2002) Una clínica sin mucho de realidad).
La metapsicología freudiana ¿Un intervalo imaginario?
Siguiendo lo desarrollado hasta el momento, podemos afirmar que el psicoanálisis rompe con las premisas anatomo-patológicas. En efecto, Freud (1990) declara que en sus comienzos, las premisas anatomo-patológicas habían constituido un obstáculo a la hora de elucidar los fenómenos histéricos y neuróticos en general. Por lo cual, se vio forzado a abandonarlas y en su lugar, adoptó una serie de premisas psicológicas, a fin de “comprender algo acerca de la naturaleza de las enfermedades nerviosas” (p. 203). No obstante, Paul-Laurent Assoun (1979) nos advierte sobre el carácter “provisional” de las premisas freudianas. Es decir, ellas pueden considerarse como una suerte de reemplazo temporal de las premisas anatomo-patológicas. Al respecto, encontramos varios pasajes donde Freud (2008) pone de manifiesto el carácter transitorio de sus construcciones teóricas, es decir, hasta que un saber positivo las corrobore: “debe recordarse que todas nuestras provisionalidades psicológicas deberán asentarse alguna vez en el terreno de los sustratos orgánicos” (Freud, S. (2008) p. 76). Bajo esta óptica, la metapsicología freudiana pasa a ser concebida como una especie de intervalo imaginario, puesto que: La tópica se establecerá cuando se determine el nexo con el substrato anatómico, lo que incumbe a la anatomía. Que la dinámica se dilucidara cuando se descubra la sustancia química cuyo proceso determina la fuerza, lo que incumbe a la química. Que la económica quedara asegurada cuando se realice el imperativo de medición, lo que incumbe a la física (Assoun, P.L. (1979) p. 185. Las itálicas son mías) No obstante, como bien señala Assoun (1979), si seguimos esta vía, el psicoanálisis corre el riesgo de desaparecer. Puesto que de esta forma, culminaría siendo absorbido por la anatomía, la fisiología, la química y la biología.
Lacan y su formalización del descubrimiento freudiano
Respecto a la metapsicología freudiana, Lacan (2016) señala que si tomamos al pie de la letra las metáforas teóricas impartidas por Freud, perdemos de vista el carácter revolucionario de su descubrimiento. Por su parte, propone poner en contexto la obra freudiana, a fin de comprender el verdadero alcance de sus formulaciones. Al respecto, señala que con el advenimiento de la máquina a vapor, un conjunto de fenómenos pasaron a ser concebidos como una máquina. Como consecuencia, se produjo una suerte de salto epistemológico en el campo de las ciencias. En efecto, a partir de la metáfora de la máquina, la medicina empezó a concebir el cuerpo humano como una maquina desmontable que funciona de manera automática. A su vez, surgieron las nociones de “energía” y “homeostasis” –tan importantes en las premisas freudianas- las cuales no tardaron en instalarse en distintas ramas del saber. Por ejemplo, dichas nociones, permitieron dar a luz a la concepción “energética” del sistema nervioso, a partir de la cual, el cerebro paso a concebirse como un órgano homeostático. No obstante, en cuanto al descubrimiento freudiano, Lacan (2016) intenta situar su diferencia respecto a estos avances científicos: Freud trató de edificar sobre esa base una teoría del funcionamiento del sistema nervioso, mostrando que el cerebro opera como órgano-amortiguador entre el hombre y la realidad, como órgano de homeostato. Y entonces tropieza, choca con el sueño. Se percata de que el cerebro es una máquina de soñar (…) de ahí la revolución completa de su pensamiento y el paso a la Traumdeutung. Se dice que Freud abandona una perspectiva fisiologizante por una perspectiva psicologizante. No se trata de eso. Freud descubre el funcionamiento del símbolo como tal, la manifestación del símbolo en estado dialectico, en estado semántico, en sus desplazamientos, retruécanos, juegos de palabras, bromas que funcionan por su cuenta en la máquina de soñar. Tiene que tomar partido sobre este descubrimiento, aceptarlo o desconocerlo, como hicieron todos los otros que también se le acercaron. (Lacan, J. (2016) p. 121. Las itálicas son mías) De este modo, Lacan (2016) sitúa el descubrimiento freudiano como una suerte de tropiezo. Puesto que, mientras Freud estudiaba al cerebro como una maquina homeostática, tropezó con la sorpresa de que el cerebro es una “máquina de soñar”. No obstante, esto lo llevo a aceptar y formalizar una serie de fenómenos que hasta entonces, no eran tenidos en cuenta por el discurso científico: retruécanos, juegos de palabras, desplazamientos, chistes, sueños, etc. En consecuencia, nació el campo psicoanalítico, el cual aloja un conjunto de fenómenos que por sus características, reclaman el nombre de “inconcientes”. Vale decir, dichos fenómenos ponen en evidencia el funcionamiento de una máquina peculiar, la cual escapa por completo al control voluntario, a saber: la máquina simbólica. Bajo esta perspectiva, muchos puntos oscuros de la teoría freudiana se nos vuelven un poco más claros. Pues, como bien señala Lacan (2016) “los modelos son cosa muy importante [debido a que] necesitamos imágenes. Y, a falta de imágenes, ocurre que algunos símbolos no salen a luz” (p. 139). En efecto, si revisamos los diferentes esquemas del aparato psíquico -ya sea el del “Proyecto de psicología para neurólogos”, el de “La interpretación de los sueños”, o el de “La pizarra mágica”- advertimos que todos ellos explican la memoria por medio de la noción de huella mnémica. Pues bien, dicha explicación responde al modelo de memoria que se desprende del sello de cera babilónico, del cual también deriva la noción de engrama. Sin embargo, este modelo resulta insuficiente a la hora de situar el descubrimiento freudiano. Por lo tanto, Lacan (2016) declara la necesidad de un modelo distinto para situar con precisión dicho descubrimiento. Por su parte, Lacan (2016) propone un modelo más reciente para pensar la cuestión de la memoria en tanto máquina simbólica, a saber: la máquina de calcular. De este modo, se produce un redefinición del concepto de inconciente. Puesto que, el inconciente definido como “el discurso del Otro”, pasa a ser concebido como una máquina, más precisamente, como una cadena que funciona de manera automática y exenta de toda individualidad. Por medio de estos argumentos, se comprende el carácter acéfalo y lógico de los fenómenos inconcientes: El inconciente es el discurso del otro (…) es el discurso del circuito en el cual estoy integrado. Soy uno de sus eslabones. Es el discurso de mi padre, por ejemplo (…) estoy condenado a reproducirlas porque es preciso que retome el discurso que él me legó, no simplemente porque soy su hijo, sino porque la cadena del discurso no es cosa que alguien pueda detener (…) este discurso forma un pequeño circuito en el que quedan asidos toda una familia, toda una camarilla, todo un bando, toda una nación o la mitad del globo. (Lacan, J. (2016) p. 141) Por lo tanto, debemos afirmar que dichos modelos, responden a paradigmas diferentes. Por un lado, el modelo freudiano se erige sobre la base de la noción de huella, la cual es solidaria con la noción de vivencia. Por tal motivo, sus formulaciones se presentan ambiguas, es decir, por un lado compatibles con la política semiótica de la clínica médica, y por otro, irreductibles a la misma. Por el contrario, el modelo lacaniano supera dichas contradicciones a través de la noción de significante. Vale decir, define al significante como una huella borrada: “el significante, como les dije en cierto momento decisivo, es una huella, pero una huella borrada (…) el significante, sin duda, revela al sujeto, pero borrando la huella” (Lacan, J. (2006) p. 74-76); pues de lo contrario, el significante remitiría a una significación o a una experiencia fáctica, y en consecuencia el dispositivo analítico se reduciría a rememorar o resignificar las vivencias.
BIBLIOGRAFÍA
Assoun, L.P. (1979). Introducción a la epistemología freudiana. México: Siglo Veintiuno Editores.
Foucault, M. (2005). El poder psiquiátrico. Curso 1973-1974. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Foucault, M. (2014). El nacimiento de la clínica: una arqueología de la mirada médica. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores.
Freud, S. (2008). “Introducción del narcisismo”. En Obras completas: volumen 14. Buenos Aires: Amorrortu editores.
Lacan, J. (2016). El seminario 2: el yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica. Buenos Aires: Paidós.
Le Gaufey, G. (2004). ¿Es el analista un clínico? En Revista opacidades 3. Buenos Aires. P. 255-264.
Le Gaufey, G. (2004). El signo de desconocimiento. En Revista opacidades 3. Buenos Aires. P. 53-69.
Le Gaufey, G. (2002). Una clínica sin mucho de realidad. Recuperado de http://clinicaypsicoanalisis1.wednode.es/news/una-clinica-sin-mucho-de-realidad-guy-le-gaufey.
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